En las grandes metrópolis del mundo, la distribución de la naturaleza sigue una línea social muy marcada: los barrios más ricos suelen tener más árboles, más aves y mayor acceso a espacios verdes. Este patrón, conocido como “efecto lujo”, muestra que la biodiversidad urbana no es solo una cuestión ambiental, sino también una manifestación de desigualdad económica. Un reciente estudio liderado por la Universidad de Turín lo confirma al analizar más de un centenar de investigaciones internacionales y demostrar que, desde Nueva York y Londres hasta Pekín o Ciudad del Cabo, la naturaleza también se distribuye de forma desigual.
La investigación, publicada en la revista People and Nature, subraya que este fenómeno no es uniforme, pero sí recurrente. Su autora principal, la bióloga Irene Regaiolo, explica que la biodiversidad urbana es esencial para comprender cómo las personas se relacionan con el entorno natural y cómo pueden coexistir de manera más armónica con él. Sin embargo, esa relación está atravesada por el nivel socioeconómico, lo que provoca que las comunidades más vulnerables vivan en entornos más grises, con menos vegetación y un acceso limitado a espacios de bienestar ambiental.
Aunque la tendencia se observa globalmente, la mayoría de los estudios provienen de Norteamérica y Australia, regiones donde las necesidades básicas suelen estar cubiertas y donde las políticas urbanas han incorporado desde hace años la conservación ambiental. En contraste, en las ciudades del sur global, donde muchas poblaciones enfrentan prioridades urgentes como la seguridad o la alimentación, la planificación verde no siempre es un tema central, pese a que las desigualdades ambientales persisten en forma de periferias pobres y centros privilegiados.
El estudio se alinea con el Objetivo 11 de la Agenda 2030, que busca crear ciudades inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Para lograrlo, Regaiolo insiste en que es necesario un modelo urbano que equilibre las necesidades sociales con las ambientales, reconociendo que la experiencia de la naturaleza es, para millones de habitantes, un componente crucial de bienestar físico y mental.
Sin embargo, la búsqueda de espacios más verdes en zonas marginadas puede generar un efecto colateral conocido como “gentrificación verde”. Cuando se añaden parques o corredores ecológicos sin un plan integral, el valor inmobiliario aumenta, encareciendo el barrio y expulsando a quienes originalmente vivían allí. Por ello, los autores advierten que combatir el “efecto lujo” no debe limitarse a plantar árboles o abrir parques, sino considerar estrategias que involucren a las comunidades locales.
Entre las alternativas destacan los huertos urbanos, los jardines comunitarios y los proyectos de ciencia ciudadana, que permiten a las y los habitantes participar activamente en la creación y conservación de espacios naturales. Estas soluciones no solo promueven la biodiversidad, sino que fortalecen la cohesión social, generan empleos verdes y refuerzan el sentido de pertenencia.
Con más de la mitad de la población mundial viviendo ya en ciudades —y con previsiones que apuntan a un 70 % para 2050—, la urbanización continúa colocando a las metrópolis en el centro del debate climático. Para muchas personas, la ciudad será el único entorno donde podrán experimentar la naturaleza. Por ello, las áreas verdes urbanas tienen el potencial de convertirse en verdaderos laboratorios de sostenibilidad: lugares donde se combata el cambio climático, se reduzcan las islas de calor, se preserve la biodiversidad y se impulsen modelos de convivencia más justos y equitativos.













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