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Más allá del ayuno intermitente: el “circadian fasting” y por qué alinear tus comidas con el reloj biológico es la nueva tendencia

El ayuno intermitente se volvió una de las prácticas más mencionadas en bienestar durante la última década. Pero mientras muchos siguen contando horas entre comidas, una nueva corriente empieza a tomar fuerza: el circadian fasting o ayuno circadiano. Más que centrarse en cuánto tiempo pasas sin comer, esta tendencia apuesta por cuándo lo haces. Su premisa es simple y respaldada por una creciente línea de investigación: nuestros cuerpos metabolizan mejor los alimentos cuando comemos en sincronía con nuestro reloj biológico.

El organismo humano está gobernado por ritmos circadianos que regulan el sueño, la temperatura corporal, la producción hormonal y, por supuesto, el metabolismo. Desde una perspectiva evolutiva, estamos diseñados para alimentarnos durante el día, cuando hay luz, y descansar por la noche. El ayuno circadiano retoma esta lógica: propone concentrar las comidas en una ventana diurna, generalmente de 10 a 12 horas, que suele empezar por la mañana y termina temprano en la tarde o al inicio de la noche.

A diferencia del ayuno intermitente tradicional, que permite comer tarde siempre que se respete la ventana, el ayuno circadiano tiene un foco claro: evitar comer de noche, cuando el cuerpo reduce naturalmente su capacidad para procesar glucosa, lípidos y energía. Diversos estudios señalan que comer tarde dispara picos de azúcar más altos, ralentiza la digestión y favorece la acumulación de grasa. Por eso, esta tendencia no busca restringir calorías de manera estricta, sino reordenar la alimentación para que acompañe el ritmo metabólico natural.

En la práctica, el ayuno circadiano suele significar desayunar un poco más temprano, adelantar la comida principal del día y cenar ligero, de preferencia antes de que anochezca. Muchas personas reportan que este simple cambio mejora la calidad del sueño, estabiliza la energía durante el día y reduce el hambre nocturna. También hay evidencia de que alinear las comidas con los ciclos de luz ayuda a regular hormonas como la insulina y el cortisol, lo que contribuye a un metabolismo más eficiente.

Uno de los atractivos de esta tendencia es que no se vive como una dieta estricta. No obliga a saltarse el desayuno, no pide ventanas de 16 horas sin comida, ni fija reglas rígidas. Más bien se parece a un regreso a una forma de alimentación más intuitiva: comer cuando el cuerpo está preparado para procesar alimentos y descansar cuando entra en modo nocturno. Para muchas personas, esto resulta más sostenible que otros enfoques de ayuno.

Sin embargo, seguir este estilo de alimentación no es únicamente cuestión de horarios; también implica un cambio de mentalidad. Requiere observar los propios ritmos, identificar cuándo aparece el hambre real y evitar los estímulos que nos invitan a comer por hábito o por estrés al final del día. En ciudades donde la vida nocturna o las largas jornadas laborales empujan la cena hacia horas tardías, el ayuno circadiano se convierte en un acto deliberado de autocuidado.

El auge del circadian fasting refleja una tendencia más amplia: comprender que no solo importa lo que comemos, sino cuándo lo hacemos. Es un recordatorio de que la biología no sigue los horarios modernos, sino los de la luz natural. En un mundo que vive desconectado de sus propios ritmos internos, volver a comer con el reloj biológico puede ser una forma sutil pero poderosa de recuperar equilibrio, energía y bienestar.

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